viernes, 20 de mayo de 2011

Valor!




Semana atípica desde el lunes, víspera de letras galegas, hasta hoy.
Todos hemos superado los cinco minutos fatídicos de hablar en público asumiendo el rol docentes, no sin sufrir los pensamientos clásicos:"creo que necesito ir al baño" "tengo la boca seca" "me tiembla la voz/ la manos/ las rodillas" "me suda la frente/ las manos/el bigote/el nacimiento del pelo en la nuca/otras partes del cuerpo"
Ahora ya nos sentimos más que preparados para impartir una sesión de docencia de dos horas y media  (ay ay ay! ) en la que añadiremos impresiones como: "creo que me ha bajado la tensión y voy a desplomarme", "estoy sufriendo un accidente cerebral", " tengo visión borrosa y muchas ganas de salir corriendo" "¿qué pasa si preparo una sesión de dos horas y acabo la materia a los 15 minutos?"

Solo me queda decir, parafraseando al monitor de Las vacaciones del pequeño Nicolás: VALOR!, señores,  VALOR!

En la imagen: el pequeño Nicolás echándole valor...
Os saluda desde el pupitre de al lado,
Coti.

El pinrel al servicio de la reclamación administrativa

La noche del sábado al domingo, 7 a 8 de mayo, hubo una fuerte tormenta que provocó varias caídas de tensión. Yo había dejado el ordenador en suspensión al salir de casa por la tarde. Al volver, el ordenador no reconocía el monitor. Durante un día y medio intenté todas las combinaciones posibles de arranque de ordenador y monitor, sin éxito. La pantalla seguía en negro azabache, indicando únicamente que no había señal de entrada.
El martes, agotado, llevé el equipo a una tienda de informática. Me dijeron que al ordenador y al monitor no les pasaba nada. Corrí raudo a recogerlo. La CPU estaba conectada a otro monitor y funcionaba como siempre. El monitor estaba conectado a otra CPU, y se veía de maravilla. Iba a pagar la escasa mano de obra e irme encantado cuando les dije que los conectaran entre sí como estaban en mi casa. Lo hicieron. Nuevamente, la CPU no reconocía el monitor. Los dos propietarios de la tienda dijeron que nunca habían visto algo parecido. No sabían qué sucedía. Explicaron que lo único que se les ocurría para resolver el problema era cambiar la placa base o cambiar el monitor. La primera opción tenía la ventaja de que, por más o menos el mismo precio, en vez de quedarte con dos monitores, uno de ellos superfluo, dispondrías de una CPU con mayor potencia. Bien. Cambiemos la placa base. Me pidieron que fuera a recoger el equipo el sábado por la mañana, casi una semana después del problema. Así lo hice, contento de terminar con el problema de una vez. Iluso de mí. Al presentarme en la tienda me dicen que, con la nueva placa base instalada, el problema persiste, exactamente igual: el monitor no funciona. Remedio: desmontar la placa base, montar de nuevo la antigua y cambiar el monitor. Bien, pues lo hacéis ya. Lo hacen. Montan un monitor Packard Bell nuevo que funciona, pero más pequeño y más incómodo que el Emerson que tenía. Con la mano de obra, son 105 euritos de nada la broma.

Me digo, cabreado, que no es culpa mía, y que voy a intentar recuperar todo o parte del coste del arreglo. El lunes digo a Nelly que deseo ir a la oficina municipal de consumo (OMIC), sita en la Plaza Vella, y, si se alarga el procedimiento de reclamación, llegar tarde al curso después de la pausa. Vaya por Dios, hombre. Resulta que ese día todo el mundo en la OMIC ha hecho puente con el Día das Letras Galegas. No me desanimo. El viernes vuelvo al ataque. Informo a Nelly de la nueva excursión a la OMIC. Vaya por Dios otra vez: esta vez se celebra el día de Santa Rita, y cierran a partir de las 12.00. Justo ese día hacemos la pausa en el curso unos minutos más tarde de lo habitual; suficiente para encontrarme la puerta de la OMIC cerrada a cal y canto. Con todo, un cartel pegado en la puerta me informa, providencialmente, que las reclamaciones relacionadas con averías eléctricas deben gestionarse en Coruña, en la Consellería de Industria de Monelos, o si se desea en la delegación de la Xunta situada en la Plaza de España. Hurra. Me pilla de camino de vuelta al curso. Paso por el edificio de la Xunta. Me dirijo al primer piso. Allí me dicen que es en el séptimo. Consultando frecuentemente el reloj, espero 5 minutos por el ascensor; llego al fin al séptimo. La funcionaria me indica que tengo dos opciones: el seguro individual de vivienda, que recoge este tipo de averías, o vía judicial, presentando denuncia por "perjuicios por valor inferior a 900 euros". Me pregunto si en mi casa tenemos seguro individual de vivienda o únicamente el seguro colectivo de la comunidad de vecinos. Tengo que preguntar a mi padre. En breve actualizaré la entrada con los nuevos acontecimientos de este fascinante culebrón. Intuyo, no, lo sé, sé que esto no ha hecho más que empezar...


Felipe

Señoras y Señores...


Otras prueba realizada, con mejor o peor fortuna, en nuestra carrera como formadores. Y una de las que yo considero "duras": enfrentarse al público. Sé que muchos pensareis que "sólo" fueron 5 minutejos de nada, pero resulta sorprendente lo que pueden dar de sí en una situación de tensión. Lo mejor de todo es que la experiencia me ha servido para autoevaluarme (aunque siempre viene bien conocer la perspectiva de los demás) y que, a día de hoy, ninguno de los participantes parece haber sufrido secuelas importantes tras la experiencia. La duda que me surge ahora es: ¿será cierto eso de que los primeros 5 minutos son los peores? ¿qué pensáis?

Ana

lunes, 16 de mayo de 2011

Los nuevos retos


¡Allá voy! Esta especie de "grito de guerra" es la forma de automotivarme ante cada nuevo reto, una forma de evitar la parálisis que nos suele producir el miedo ante lo desconocido. Claro que no siempre necesitamos ayudas internas o externas para buscar nuevas sensaciones, a veces lo que necesitamos es que nos frenen, como les pasa a los "sensation seekers", o sea, los practicantes de deportes de riesgo, etc. No es de extrañar que algunas personas se enganchen a esa sensación de comerse el mundo, de poder con todo (¡ojo!, no estoy hablando de usar sustancias para conseguirlo, que ese tema daría para otra entrada...). Para todos los demás, ahí va mi pequeña aportación motivadora en forma de video.

Hoy no es lunes.

Aprovecho esta primera primera publicación para saludaros, y deciros que hoy es lunes sólo porque lo dice el calendario. A efectos prácticos es viernes, y eso debe ser motivo de alegría y satisfacción (me pongo monárquica).

La maldad en los niños

El primero en introducir la maldad infantil en la literatura de Occidente fue Henry James, en la novela corta -al menos para la extensión habitual de las obras más señeras de James- "The turn of the screw", traducida al español como "Otra vuelta de tuerca". Hoy, cuando el suspense aderezado con toneladas de gore -la presentación estereotipada actual de la maldad- de niños y adolescentes constituye un género cinematográfico en sí mismo, y el de mayor interés para los contables de las productoras y los propietarios de los cines, la visión sencilla de James nos parece muy "naif". Los niños son capaces de fabricar más, mucha más maldad.