La noche del sábado al domingo, 7 a 8 de mayo, hubo una fuerte tormenta que provocó varias caídas de tensión. Yo había dejado el ordenador en suspensión al salir de casa por la tarde. Al volver, el ordenador no reconocía el monitor. Durante un día y medio intenté todas las combinaciones posibles de arranque de ordenador y monitor, sin éxito. La pantalla seguía en negro azabache, indicando únicamente que no había señal de entrada.
El martes, agotado, llevé el equipo a una tienda de informática. Me dijeron que al ordenador y al monitor no les pasaba nada. Corrí raudo a recogerlo. La CPU estaba conectada a otro monitor y funcionaba como siempre. El monitor estaba conectado a otra CPU, y se veía de maravilla. Iba a pagar la escasa mano de obra e irme encantado cuando les dije que los conectaran entre sí como estaban en mi casa. Lo hicieron. Nuevamente, la CPU no reconocía el monitor. Los dos propietarios de la tienda dijeron que nunca habían visto algo parecido. No sabían qué sucedía. Explicaron que lo único que se les ocurría para resolver el problema era cambiar la placa base o cambiar el monitor. La primera opción tenía la ventaja de que, por más o menos el mismo precio, en vez de quedarte con dos monitores, uno de ellos superfluo, dispondrías de una CPU con mayor potencia. Bien. Cambiemos la placa base. Me pidieron que fuera a recoger el equipo el sábado por la mañana, casi una semana después del problema. Así lo hice, contento de terminar con el problema de una vez. Iluso de mí. Al presentarme en la tienda me dicen que, con la nueva placa base instalada, el problema persiste, exactamente igual: el monitor no funciona. Remedio: desmontar la placa base, montar de nuevo la antigua y cambiar el monitor. Bien, pues lo hacéis ya. Lo hacen. Montan un monitor Packard Bell nuevo que funciona, pero más pequeño y más incómodo que el Emerson que tenía. Con la mano de obra, son 105 euritos de nada la broma.
Me digo, cabreado, que no es culpa mía, y que voy a intentar recuperar todo o parte del coste del arreglo. El lunes digo a Nelly que deseo ir a la oficina municipal de consumo (OMIC), sita en la Plaza Vella, y, si se alarga el procedimiento de reclamación, llegar tarde al curso después de la pausa. Vaya por Dios, hombre. Resulta que ese día todo el mundo en la OMIC ha hecho puente con el Día das Letras Galegas. No me desanimo. El viernes vuelvo al ataque. Informo a Nelly de la nueva excursión a la OMIC. Vaya por Dios otra vez: esta vez se celebra el día de Santa Rita, y cierran a partir de las 12.00. Justo ese día hacemos la pausa en el curso unos minutos más tarde de lo habitual; suficiente para encontrarme la puerta de la OMIC cerrada a cal y canto. Con todo, un cartel pegado en la puerta me informa, providencialmente, que las reclamaciones relacionadas con averías eléctricas deben gestionarse en Coruña, en la Consellería de Industria de Monelos, o si se desea en la delegación de la Xunta situada en la Plaza de España. Hurra. Me pilla de camino de vuelta al curso. Paso por el edificio de la Xunta. Me dirijo al primer piso. Allí me dicen que es en el séptimo. Consultando frecuentemente el reloj, espero 5 minutos por el ascensor; llego al fin al séptimo. La funcionaria me indica que tengo dos opciones: el seguro individual de vivienda, que recoge este tipo de averías, o vía judicial, presentando denuncia por "perjuicios por valor inferior a 900 euros". Me pregunto si en mi casa tenemos seguro individual de vivienda o únicamente el seguro colectivo de la comunidad de vecinos. Tengo que preguntar a mi padre. En breve actualizaré la entrada con los nuevos acontecimientos de este fascinante culebrón. Intuyo, no, lo sé, sé que esto no ha hecho más que empezar...
Felipe
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